En los recodos del Parque de Retiro, entre las sombras de los árboles centenarios y el murmullo de las fuentes, se entrelazan dos figuras que parecen escapadas de distintos tiempos.
José Hierro, el poeta atemporal, de mirada melancólica y versos profundos, pasea por los senderos del Parque, absorto en sus pensamientos y en la belleza que lo rodea. Sus pasos lo llevan hacia un banco solitario, donde se detiene a contemplar el reflejo de las hojas danzantes en el agua quieta del estanque.
Es entonces cuando aparece D. Benito, un anciano afable y curioso, habitante del barrio desde tiempos inmemoriales. Su rostro arrugado se ilumina al reconocer al famoso poeta, cuyos versos ha leído con devoción a lo largo de los años.